jueves, 29 de agosto de 2013

Qwerty (Mensajes Nocturnos)

Quiero recoger esos besos que andas dejando por ahi, coleccionarlos en la canasta de mis brazos y adornar con ellos mis paredes

Tomar tu cintura, mirar bajo las cejas espesas directo a tu alma, respirar tu aliento en un segundo eterno y tomar de tus labios un instante húmedo y ardiente, ardiente y fugaz.

Quiero tomar tu cara deshacerme de besos en la piel de tu rostro; un beso en cada ceja, uno en tu frente, uno para nariz y  detenerme en tus labios... Podré despegarme algún día?

O  me quedaré respirando tu aliento como única fuente de vida?

Como si nos hundieramos en el mar de nuestras emociones y nuestro beso fuera el oxígeno que nos mantiene con vida...

Me voy a soñar (a soñarte), a crear ilusiones de abrazos eternos y miradas febriles, a mirar en la niebla del futuro, tu silueta apretada, abrazada a la mia...

viernes, 23 de agosto de 2013

Síndrome de Estocolmo

Es viernes en la noche, y aquí me encuentro otra vez, en la misma silla, ante la misma mesa que cada fin de semana, me recibe con callada paciencia.

Debería describir el entorno ideal, con comida, luz tenue, y una considerable e intensa inspiración corriendo a través de mis dedos, tecleando raudo estas palabras.

Lo único cierto, es que me acompaña un mate aguado, el último par de cigarrillos y mi computador virulento.
Al menos puedo decir que me acompaña buena música, un guitarreo constante y la voz del trovador icono de las fogatas playeras, esas donde se pasan botellas o cajas de boca en boca, y las parejas se abrazan mientras corean la única guitarra de algún chascón lanero.

Echo en falta esas reuniones pueriles y liberales. Salir por ahí a algún rincón apartado del mundo y cerquita de la Pachamama, sea un bosque, un lago o una playa solitaria. Levantar un campamento, salir por ahí a buscar leña y si tienes suerte, encontrar un par de besos en los matorrales.

Supongo que con estos fríos es mejor un lugar cerrado y acogedor, o uno de esos bulliciosos lugares de dispersión con nombre extranjero, barra de colores variados y altos precios. Sirve también la casa de un compañero bien acomedido al que no le importa limpiar a la mañana siguiente (siempre queda la caga y casi nunca ayudan a ordenar).

Vale, siento algo de envidia de aquellos seres casi élficos que siempre tienen una sonrisa por delante, como si algún dios insano de la alegría se las hubiese claveteado en el rostro. Siento un poco de envidia, pero sólo un poco, después de todo, esta melancolía crónica me permite escribir estas y otras estrofas, algún verso  medio loco, o un amasijo de ideas inconexas un viernes por la noche.

Tal cual, este suero de tristeza intravenosa me ha acompañado desde que aprendí a ir sólo al baño, al menos que yo recuerde. No digo que sea la versión (mucho más guapo y joven) de Ebenezer Scrooge, el viejo de los fantasmas de la navidad. Es sólo que me cuesta paladear la alegría de vivir, es como si al probarla se deshiciera en mi boca como un helado de agua, de esos baratos que suben a vender en las micros (¡Helado a cien!)

Al final he terminado aceptándolo, incluso siento algo de cariño, algo así como un síndrome de Estocolmo emocional. Como cuando terminas de aceptar que tus dedos son disparejos o que no naciste en Europa.

Suena una canción que me gusta "Rabo de Nube", comienza con "Si me dijeran, pide un deseo..." y adivinen, no pediría otra vida para mi.

J*




lunes, 19 de agosto de 2013

Muerte

Una hoja cayendo en la noche,
un animal desmembrado en la carretera.

Un suspiro hediondo y fugaz,
espera en cada rincón.

Observamos y comemos de ella,
caminamos y le sonreímos inocentes.

En lo que llamamos vida nos olvidamos
de abrir la puerta  a la sombría verdad.

No camina descalza ni huesuda
por la fría vereda de enfrente

No porta una hoz ensangrentada
ni sus ropas vuelan al viento

Está en todo y en todos,
es parte de lo que respiramos.

Está en la orina, en en aire que exhalas,
en las uñas que te cortas, en el pelo que cae.

No quieras olvidarte de su presencia.

Aún no es demasiado tarde.


J*

domingo, 4 de agosto de 2013

Imagen

Te conozco, me digo torpemente al avistar tu figura.
Mis ojos inyectados por el cansancio,
abrazan tu silueta soñada, aferrándose a la encrucijada de nuestra verdad.

Me conversa la culpa, disfrazada de cordura.
Intenta convencerme, ahogarme, rebatirme...

Lo único que encuentro es la razón de sentir, oler, y florecer.
De vivir en torno al sentimiento imaginario de tenerte

De tocar tu pecho con mi frente desnuda,
desnudo mi cuerpo, mi alma y mi mente,

desnudo el saber de tu hombría,
conocer los rincones de tu virilidad con la mía.

Al concentrarme descubro la futilidad de mi intento,
la desazón de sólo imaginarte...

La tristeza estúpida y real de no poder tocarte.



Desvelo (O la nocturna soledad de la consciencia)

Aquí me quedo sentado, escuchando la guillotina del reloj matar al tiempo.
Las horas pasan como las musas, inspirando y enrojeciendo mi rostro alicaído,
entre el humo de mis cigarrillos, y el aliento rancio que brinda mi copa sangrienta.

Repienso en posibles y quehaceres, en futuros distantes, y me ahogo en ayeres.

Es el desvelo, la vigilia constante, la inconsciencia taciturna de un hombre en soledad.